Por: Paco Nadal
Un país lleno de volcanes tiene un valor añadido: hay baños de aguas termales por todas partes. El vulcanismo crea ollas a presión bajo tierra y ese agua caliente, en cuanto encuentra una rendija, escapa a la superficie para darle gusto y placer de los humanos.
Conozco pocos placeres más agradables que dejarte acariciar en una piscina natural de agua termal recién salida de las entrañas de la tierra. ¡Y más aún si acabas de bajar de la cumbre delCotopaxi aterido y lleno de agujetas y calambres!
Tras bajar de la cima, estuve en los baños de Oyacachi. Se llega (o se llegaba al menos cuando yo estuve allí, igual ya está asfaltada) por una carretera polvorienta por la que subía entre quejidos metálicos el Trans-Cangahua, como pomposamente se autodenominaba un vetusto autobús que cubría la línea entre nubes de polvo. Luego, una vez que dejabas atrás Cangahua y seguías subiendo, el paisaje cambiaba de vestuario y el secarral polvoriento daba paso a la lujuria de la selva de montaña, a la alegría del agua y la bruma, al gozo de las cascadas por todas partes. Y también a la tortura del barro en el camino. Tras un collado a 4.000 metros, la pista descendía vertiginosamente hacia la aldea de Oyacachi y la promesa lujuriosa de sus aguas termales.
Pero hay muchas más baños termales en el país. Recomendable siempre para viajeros independientes porque son sitios populares, baratos, muy agradables y donde puedes darle un poco de relax a tus doloridos huesos de mochilero. Están los baños El Placer (sugerente nombre, pardiez), en el parque nacional de Sangay; la localidad de Baños, al pie del volcánTunguragua y cuyo nombre ya delata de qué va el tema... y muchos más.
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